Instituto Miguel Cané


Mnemosine 20.13

Desde el costado derecho del cuadro. La luz llegó. Una lámina tenue y pegajosa. Rosa claro primero, al momento magenta, luego bermellón, luego pintó, para finalmente, púrpura de atardecer, descansa en el cuello y en el sombrero.
Del resto del rostro , se encargaría el azul.
Son necesarios dos pasos hacia atrás para cambiar la perspectiva.
Los mismos pasos que supo dar el artista para que su intuición casi animal, le soplara al oído que su obra estaba, al menos medianamente terminada. El rostro de un labrador. De esto se trata. Sólo un rostro basta para ver el resto.
El artista no pintó sus manos. Pero ellas están huecas y vacías.
El artista no pintó su cuerpo, pero ahí está, retorcido y transitado por un día de trabajo demoledor.
El artista no pintó sus piernas. Pero aparecen empujando, con fuerza gastada, sus huesos entre los surcos.
No pintó el viento, pero está viniendo.
No pintó la tierra, pero se huele.
No pintó su compañera, pero hacia ella va.
No basta con “mirar”. El arte no perdona. El arte exige “ver”, y está bien que exija porque es la forma de despertar los sentidos.
Como ven, no ha quedado demostrado, ni mucho menos que el lenguaje de las palabras sea el mejor posible.
“Allí donde se exponen las obras se pretende mostrar el espíritu” dijo Antonin Artaud…
...Y es la verdad más entera que escuché en mi vida...
Dentro de este lugar , cuando nos enfrentamos a la obra, ya tenemos una síntesis del proceso y solo aparece el espacio transformado por la reflexión y la creación artística. En este momento nos incumbe el vacío y la virtud de la metáfora. Es decir como el peso específico de la realidad interpreta una idea y representa a través de una metáfora que ha logrado su propia forma de armonía.