Instituto Miguel Cané

  “El tratado de la Armonía”, obra fundamental realizada por Jean-Philippe Rameau en el año 1722, escapa al mundo teórico de la música para impactar en el arte todo.

  Si bien los esfuerzos del autor estaban dirigidos a transformar en ciencia lo que hasta ese momento era considerado arte, no hizo más que unificar estos dos conceptos hasta transformarlos en una unidad monolítica.

  Donde habita el arte, habita la ciencia.

  Que exista una armonía en todo el universo, es una idea que con el tiempo, dejó de ser una mera intuición para incluirse en el mundo de lo probable gracias a la aceleración de los avances tecnológicos.

  A tal punto es así, que las sondas, espaciales lanzadas, hace ya más de una década, han captados sonidos que asombran a la comunidad científica, ya que existiría la posibilidad de reconocer en ellos nuevas notas musicales.

  Ahora bien, relacionar la armonía con la pintura, la escultura, el grabado y cualquier tipo de arte plástico, sería una tarea inútil por resultar redundante.

  La armonía, como hecho natural, trasciende el pequeño mundo artístico para instalarse universalmente en todas las cosas, ya que es la naturaleza misma quien establece y sustenta esta teoría.

  Cuando nos paramos frente a una obra, sea esta de un artista de nombre como de un desconocido que sintió la incontrolable pasión del arte, vemos el equilibrio, los valores cromáticos, etc.

  Cuando todo esto, por separado, nos causa la misma sensación o nos envía el mismo mensaje, cada uno por su lado, podemos decir que esa obra tiene armonía.

  Los entendidos pueden utilizar las palabras más acertadas para describir este fenómeno, pero esto no significa que sea un placer exclusivo de ellos.

  ¿Tenemos que ser eruditos en arte?

  La armonía yace en nosotros, sólo espera conectarse con la obra.